*En el corazón de Boca del Río se encuentra un lugar abrazado por el Río Jamapa; entre su arquitectura y las áreas verdes, los boqueños encuentran un espacio predilecto para contemplar las postales de la Venecia Veracruzana
Sina Fernández
Boca el río, Ver. – Al caer la tarde en el corazón de Boca del Río, el viento marino acaricia la costa y la suave luz del sol tiñe la llamada “Venecia Veracruzana” creando un espectáculo de tonos en el cielo.
En medio de este paisaje, se erige imponente el asta monumental de Plaza Banderas, un refugio en la conurbación que invita a la calma y el descanso.
Ubicada junto a la desembocadura del mar y el Río Jamapa, Plaza Banderas lleva su nombre en honor a las velas de los barcos que antiguamente surcaban estas aguas.
Aunque aquellos barcos de vela fueron reemplazados, el espíritu marítimo sigue presente, reflejado en los pescadores que, día tras día, llegan a su cooperativa y en las lanchas que ofrecen a los turistas paseos tranquilos por el río.
En el pasado, la Plaza Banderas contaba con banderas que ondeaban en la parte superior de su estructura. Además, fue conocida por albergar el Cañonero C-07 Guanajuato.
La embarcación, conocida simplemente como el Buque Guanajuato, se encontraba a un costado de la plaza, abierto al público como un Museo Naval Interactivo tras ser retirado del servicio en el 2001.
Además del museo flotante, turistas y locales podían encontrar un show de payasos que aglomeraba a los boqueños en la explanada de la Plaza, en donde también se contaba con juegos de renta, como brinca brinca y paseos en bicicleta.
A lo largo del año, los muros y la icónica asta de Plaza Banderas son testigos silenciosos de las festividades que encienden el alma de los boqueños.
Durante las Fiestas de Santa Ana, la plaza se llena de color y alegría, y el Salsa Fest desborda la zona de música y energía, una atmósfera que se mantiene viva todo el año, gracias a la música que emana de los cercanos restaurantes de mariscos y los tradicionales puestos de glorias y esquites en las calles cercanas.
La serenidad del río se fusiona con las risas de los niños que corren de un lugar a otro por la plaza. Algunos visitantes se relajan en los bancos de la colina de concreto que corona la plaza.
En tanto, los más curiosos se detienen a capturar el atardecer, acomodados sobre el césped verde que brinda una vista privilegiada del espectáculo natural.
Cuando el sol finalmente se oculta, el cielo y el mar se vuelven uno en un profundo tono oscuro. Las luces de los autos y de la Plaza El Dorado, al otro lado del río, comienzan a parpadear, integrándose al paisaje nocturno, mientras la luna se refleja en las aguas de la Venecia Veracruzana, iluminando la noche con un brillo único.